
Intersecciones ecocríticas en la dramaturgia argentina (1983-2008): mapas regionales, agua y otredad
Mauricio Tossi
Florianópolis, v.3, n.56, p.1-25, dez. 2025
i. Durante el despliegue de la acción, los personajes establecen entre sí tres
formas de relaciones intersubjetivas, diferenciadas por el uso extrañado
del lenguaje. Por consiguiente, en un primer plano, la abuela y el niño
explican y comprenden su situado mundo-cero mediante una cálida y
emotiva fusión de la lengua castellana con la lengua guaraní, ya sea en voz
hablada o cantada. La capitalización de este patrimonio lingüístico-regional
y de sus correlativos horizontes imaginarios y simbólicos contrastan o,
directamente, confrontan –en un segundo plano intersubjetivo– con el uso
agramatical del español que el coro de ciegos emite al consignar datos,
alusiones o contrasentidos. En este segundo plano se subraya el cariz
monocorde y maquinal de la fonética del coro, con momentos inaudibles,
sin coherencia ni cohesión en la estructuración del relato, además,
caracterizado por una “voz metálica” que aporta al “clima rutinario y
asfixiante” (Santamaría, 2010, p. 456) de la vacuidad discursiva que el autor
le propone a estos actuantes. Finalmente, el tercer plano intersubjetivo
indicado se proyecta en las acciones de los “forasteros”, quienes –
congruentes con su alegorización colonialista– únicamente hablan en
inglés.
ii. La metabolé descrita carece del típico yerro poético (Hamarthia o Pecado
de Hybris), pues el dramaturgo decide mostrar a la abuela y al niño en su
máximo grado de vulnerabilidad, sin justificaciones individualistas. De este
modo, ambos personajes son víctimas de específicas causalidades
sociopolíticas, no así de un hado o fatum clásico. Esta inalienable
historicidad se evidencia en la performatividad del coro y en los contenidos
de sus relatos agramaticales. En efecto, las distintas acciones de la abuela
y el niño son interrumpidas por las intervenciones del coro de ciegos,
quienes –inmersos en su mecanización– vociferan una y otra vez los
numerosos tratados internaciones, articulados de la constitución nacional
u otras fuentes jurídico-provinciales que invalidan la extranjerización de los
humedales correntinos. Por ende, en esta operatoria escénica se cristaliza
un efecto de sentido irónico y extrañado sobre la “vigente actualidad”
(Sarrazac, 2011, p. 16).
iii. Por último, durante la mencionada trayectoria agónica, la abuela –de
manera iterativa– le propone al niño otro rodeo: yuxtaponer a la hostilidad
reinante sus sueños de agua. Por este motivo, frente a la imagen-tesis de
una luna roja y atada con alambres de púa que se sostiene en el horizonte
de los humedales, la mayoría de los cuadros finalizan con un tierno
imperativo de la mujer hacia el joven: “[…] contame lo que soñaste anoche”.
Entonces, en las ensoñaciones verbalizadas u objetivadas en la escena el
niño traduce cognoscitivamente su mundo desde el agua presente en sus
juegos oníricos, o desde una pesca respetuosa en el entorno. Al igual que
en otras prácticas culturales de pueblos originarios, por ejemplo, en el
pewma [sueño] de la cosmología mapuche, los sueños de agua del niño
son formas alternativas de construcción de conocimiento, en este caso,
saberes sobre su locus de vida. En consecuencia, para el joven, el humedal
es una estructura vital. Por contraste, para la abuela, el humedal es –por
el avasallamiento vivenciado– su espacio de agonía y resistencia, pues allí
hallará voluntariamente su muerte y un modo-otro de reencontrarse con
los suyos. Por esto, al finalizar la obra, la anciana dice: “[…] se van a quedar