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Una mosca sentada en mi plato
Lia Garcia
Para citar este artigo:
GARCIA, Lia. Una mosca sentada en mi plato.
Urdimento
Revista de Estudos em Artes Cênicas,
Florianópolis, v. 3, n. 52, set. 2024.
DOI: 10.5965/1414573103522024e0301
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Una mosca sentada en mi plato
Lia Garcia
Florianópolis, v.3, n.52, p.1-10, set. 2024
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Una mosca sentada en mi plato
Lia Garcia1
Resumen
Este texto es un homenaje a la extrañeza y a la complejidad que nos habita. En clave
poética se hilvana y se desmorona a la vez, para invitarnos a probar un fragmento
de la historia personal que es la médula de la metodología encarnada que propone
la autora. ¿Alguna vez nos detuvimos a preguntarnos qué
implica ser humano
?
¿Cuántas veces generamos sensibilidad con lo frágil? La mosca se hace a sí misma
cuando aparece. Es ella quién incomoda por todo lo que es, pero ¿no será un espejo
del propio ser?
Palabras-clave
: Ternura radical. Corporalidades. Habitar el cuerpo.
A fly sitting on my plate
Abstract
This text is a tribute to the strangeness and complexity that inhabits us. In a poetic
key it weaves and crumbles at the same time, to invite us to try a fragment of the
personal history that is the core of the incarnated methodology proposed by the
author. Have we ever stopped to ask ourselves what it means to be human? How
many times do we generate sensitivity with the fragile? The fly makes itself when it
appears. It is the fly that makes us uncomfortable for all that it is, but is it not a
mirror of our own being?
Keywords:
Radical tenderness. Corporalities. Inhabit the body.
Uma mosca sentada em meu prato
Resumo
Este texto é um tributo à estranheza e à complexidade que nos habita. Em uma
chave poética, ele tece e se desfaz ao mesmo tempo, para nos convidar a
experimentar um fragmento da história pessoal que é o cerne da metodologia
encarnada proposta pela autora. Já paramos para nos perguntar o que significa ser
humano? Quantas vezes geramos sensibilidade com o frágil? A mosca se faz quando
aparece. É a mosca que nos deixa desconfortáveis por tudo o que ela é, mas não é
ela um espelho de nosso próprio ser?
Palavras-chave
: Ternura radical. Corporalidades. Habitar o corpo.
1 Lia La Novia Sirena o La Mujer Espejo como tanxs le conocemos ha sido a lo largo de los años la encarnación
de la ternura radical. Acción política, pedagógica y devenir conceptual creado por ella en el año de 2012 en
el contexto de México, el territorio que la vio nacer y que al mismo tiempo representa una complejidad para
las corporalidades que desobedecemos a las normas coloniales del género, la sexualidad y los afectos.
Pedagoga, poeta, amiga y traductora de los susurros de nuestros corazones incansables. Soñadora, artesana
de la palabra. Nunca una sirena podría ser olvidada, por atravesar las aguas con su ternura, con su
empalagante y excesiva dulzura.
Una mosca sentada en mi plato
Lia Garcia
Florianópolis, v.3, n.52, p.1-10, set. 2024
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Una mosca sentada en mi plato.
Para todxs nosotrxs,
a quienes nos hicieron creer con crueldad,
que no se puede volar.
Comencé a escribir este texto con la luz apagada. Una noche en la que el insomnio o lo que llamo la danza infinita
de vueltas sobre el colchón, apareció y empecé a pensar lo que pudo haberlo causado: el cafecito con espuma y
canela que me tomé después de las cuatro de la tarde, la rica siesta que me gusta tomar sobre el sillón cuando
termino de comer, exceso de pendientes, preocupaciones o mis miedos deseosos por ser escuchados y
comprendidos.
El principal problema de mis miedos es que son tantos, que no cabemos en la misma cama. Nos cuesta
acomodarnos, nos acaloramos y por más que intento encontrar lugar para todos siento que me asfixian. En las tres
mudanzas que he hecho en mi vida, algunos de mis miedos encontraron la forma de colarse entre las cajas y las
maletas y llegar conmigo a los nuevos espacios, otros, que no fueron tan astutos, se desvanecieron entre el polvo
y el desorden y ahora son solo recuerdos.
Mis miedos me acompañan y nombrar esto es una forma también, de reconocerlos y de evidenciar su existencia.
Cuando llegan noches como esta en la que no me dejan descansar los invito a pasar a la mesa que tengo en mi
habitación donde están todas las cosas que utilizo para escribir: hojas de papel reciclado, colores de madera,
plumones indelebles, crayones de cera, una botella de esencia de lavanda con menta y la computadora siempre en
modo descanso.
Algunos miedos se quedan conmigo sentados en la mesa contemplándome, otros se quedan ocupando la cama
tratando de conciliar el sueño y algunos miedos traviesos andan de aquí para allá por toda la casa como si buscaran
algo, dándose un festín, moviendo los trastes o cambiando las cosas de lugar, pero todos están aquí.
H A B I T Á N D O M E.
Una mosca sentada en mi plato
Lia Garcia
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MI CASA ES SU CASA, PERO MI CUERPO TAMBIÉN. Algunos decidieron irse antes, otros envejecieron
y tuve que cuidarlos hasta el final. Darles el alimento en la boca, acercarme sigilosamente y conocerlos como cuando
nacieron y los tuve entre mis brazos.
Y otros miedos como todo en la vida han muerto.
¿Se mata el miedo o más bien tenemos miedo hasta su muerte?
Escribir sobre mis miedos mientras están aquí, tan cerca de mí, es uno de los procesos de cura más hermosos que
he descubierto a lo largo de los años porque siempre he sentido que la hoja en blanco para nosotrxs, las vidas
trans, disidentes y prófugas de la heteronorma ha sido un refugio para colocar con ternura esa voz interior tan
profunda que por dentro, está encontrando por dónde fugarse.
Vomitar la rabia,
escupir la angustia.
Pasar saliva,
tomar la pluma,
y empezar a soltar las manos.
Miedo,
¿Me tienes tú o te tengo yo?
¿Qué clase de batalla será esta?
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Hace como cinco años escribí en uno de mis poemas la siguiente frase:
Casa: lugar donde cesan tus ganas de escapar.
Y cada vez que la vuelvo a leer es como si invocara a mi yo adolescente tratando de escaparse de todas las miradas
que en mi tierra se dice que te “barren” es decir, esas miradas penetrantes que te recorren insistentemente desde
los pies hasta llegar a tu rostro y que te dejan expuestx, sintiendo que no perteneces, que hay algo malo con tu
cuerpo o que simplemente eres otra cosa.
Te ponen cruelmente los ojos sobre la piel y te hacen sentir que tienes que mirar hacia otro lado. Por un tiempo mi
mirada cuando salía a las calles estaba enfocada en mis pies, me hice muy amiga de ellos. Era difícil porque, aunque
conocía el camino chocaba con las personas o con las paredes y solo escuchaba ¡fíjate por donde caminas!. No
sabía qué responder. Seguía caminando.
…Como una flor cortada que tarde o temprano, decaída, empieza a mirar la ausencia
de su raíz. A B A J O.
Poco tiempo después intenté mirar hacia el cielo y caminar, pero eso sí que era más complejo porque me escapaba
por completo de la realidad y me perdía en la inmensidad del azul, mar invertido.
Un día me caí y me raspé muy feo mis rodillas. Mientras mamá me lavaba las heridas con ternura al mismo tiempo
estaba muy enojada ¡eso te pasa por no poner los ojos donde debes, aprende a ver bien! No sabía cómo pedirle
un abrazo, era lo que en realidad deseaba.
¿Quién se había llevado mi voz?
Si alguien nos hubiera dicho a tiempo que fuertes caídas despliegan alas tal vez el cielo ya sería un lugar muy
pequeño para nosotrxs, quienes tuvimos que poner los ojos en el concreto gris, con el que construyen suelos y
muros que separan territorios.
…Pero que las raíces más fuertes pueden quebrar con todo y su caos.
Una mosca sentada en mi plato
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Recuerdo a una de mis vecinas, Sandra se llamaba, Ella siempre me sonreía cuando nos encontrábamos en los
pasillos del edificio donde vivía y su mirada era un remanso, una caricia. Sandra me decía que tuviera siempre
conmigo una cajita de tesoros y que esos tesoros fueran los recuerdos más hermosos de mi vida, pero también
aquellos que me dejaran un aprendizaje muy valioso.
“En esta cajita también has de guardar las piedras con las que te tropezaste porque de esas piedras nacerá el eco
de tu voz”
Mamá y abuela, las virginias de mi vida, me recogían de la secundaria a las 14:30 todos los días. Para las
escuelas fueron secuelas porque en mi cuerpo tengo muchas cicatrices, externas e internas que me dejó aquel
lugar donde la discriminación no solo pasaba por los ojos, sino que se manifestaba en palabras y en dos ocasiones
en golpes perpetrados por una manada de hombres que me llamaban “marica” “putito” “mayate” y “rarito” y que
me daban zapes en mi cabeza.
Siempre he creído que es importante acariciarse el cuerpo como una forma de reconocerlo, apapacharlo y curarlo
de espanto como decía mi abuela, porque quema el fuego, pero también la palabra fuego puede
quemar.
Al llegar a la casa lo primero que tenía que hacer era cambiarme la ropa para después sentarme a comer. Cuando
dejaba caer lentamente aquellas prendas sentía alivio porque sabía perfectamente que yo, no quería ser lo que mi
familia quería que yo fuera. Mi cuerpo estaba cambiando y nadie me dijo que yo podía decidir los cambios si
empezaba a conversar con mi cuerpo.
…Al cuerpo hay que hablarle porque el cuerpo tiene una voz y cada uno de nuestros
poros son oídos abiertos. Nada es natural si hay una voz que habla.
Aunque no podía mirarme en el espejo por exceso de vergüenza, enfocaba mi mirada en el maquillaje de mi madre
que descansaba en el tocador, cerraba los ojos y me imaginaba en un teatro cantando canciones con un vestido
largo, guantes de satín, collares de perlas y un peinado alto, estilizado, verdaderamente de impacto.
Una mosca sentada en mi plato
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Yo era la que más tiempo se tardaba en comer, siempre sentía que estaba llena a pesar de haber comido muy poco
en el recreo. ¿Como no iba a sentirme llena y pesada después de tanta violencia? ¿cómo
podía encontrarles sabor a los alimentos después de lo amargo y lo agrío que era estar
seis horas escuchando palabras punzocortantes? ¿Cómo se recupera el hambre
cuando te quitan la dulzura?
Y ahí estaba yo, sentaba en la mesa, jugando con la cuchara, tratando de enfriar la sopa, viendo como el vaso se
empañaba y las tortillas se hacían cada vez más duras mientras por dentro sentía todo el veneno recorriéndome.
Una sensación de pánico, el dolor incesante, la rabia en mi paladar, la indignación en silencio. Mis uñas mordidas y
húmedas, mi mandíbula lastimada de tanto morder, el ojo izquierdo temblando sin final y el olor de la olla exprés
que anunciaba que ya estaban listos los frijoles.
…Como si fuera tan fácil decir que las palabras se las lleva el viento.
Una tarde que regresé sola de la escuela porque mamá y abuela estaban de viaje sentí el vacío de la casa, pero no
era igual al que sentía por dentro. Era una sensación de angustia, pero al mismo tiempo de libertad.
Casa sola, cuerpo abierto. Un espejo roto y el maquillaje. En mi cuerpo todo estaba cambiando.
Una manzana creciendo en mi garganta, los músculos haciéndose duros, el vello creciendo como la maleza oscura
y hermosa, pero que se corta.
Calenté mi comida, arrastré la silla hacía atrás, me senté sigilosamente y de pronto, una mosca apareció en mi plato.
incomoda, pero siempre presente.
Ella estaba ahí, infectando mis alimentos de muerte, pues aquellos seres se dan unos festines bárbaros sobre la
mierda fresca. Esa es la única información que se nos acerca sobre ellas, uno de los primeros insectos que
conocemos cuando llegamos a este mundo porque donde quiera que sea, ellas ahí están.
Donde quiera que haya un cuerpo deseando dejar morir algo de sí para transformarse…
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Había algo en ella que me atraía. No sé si eran sus enormes ojos rojos que son del mismo tamaño de sus alas o su
cuerpo color tornasol brillante verde-azul-morado-turquesa. Me acerqué sigilosamente, cada vez más cerca de ella
para contemplarla, pero como el tiempo, inesperado y fugaz, ella voló.
No se había ido.
Simplemente,
se había cambiado de lugar.
Ahora estaba posada sobre mi brazo izquierdo. Sentía cosquillas y la verdad, no tenía ganas de asustarla.
¿De qué podría asustar yo a quién necesita de un pedazo de carne muerta y fétida para crecer? ¿tan ingenua es la
gente para pensar que se espantan de algo si tienen la capacidad de mirar al mismo tiempo lo que está a la
izquierda, a la derecha, arriba, abajo y atrás? A N T I C I P A R
Vaya lección de resistencia.
La mosca ahora estaba en mi cuello y me dejaba unas ganas tremendas de rascarme después de poner sus seis
patas sobre mi piel.
Lo interesante es que nunca sentí deseos de matarla a pesar de vivir en un mundo que las mata solamente porque
anuncian que algo está sucio o a punto de morir.
Primero lo intentan con las manos.
A palmadas fuertes.
Si no funciona,
un matamoscas arrumbado en los rincones de la cocina
funciona como arma blanca
Pero siempre regresan.
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Es imposible deshacerse de una plaga tan antigua que reclama que un día el mundo le perteneció y que te recuerda
astutamente que ser humano es una de las experiencias más limitadas y poco creativas que existen para sobrevivir
al mundo.
¿Te imaginas lo que dirán las moscas sobre los humanos?
Una mosca haciéndome compañía, tratando de impregnarme de sus antiguas formas de nacer de lo que está muerto
y recordándome que el mejor mensaje de una cicatriz es:
Aquí dolió, aquí sanó
y aquí se transformará.
Un zumbido incómodo.
Ahora la mosca daba vueltas y vueltas sobre mi cuerpo. Curiosa pero cuidadosa.
De mi brazo a mi pecho, de mi pecho a mi pierna, de mi pierna a mi frente y de mi frente a mi espalda. Ella había
hecho de mi cuerpo un territorio seguro donde nadie la iba a asesinar.
Revoloteaba, aparecía, se quedaba noche y día. Era como si intentara decirme algo. Sólo necesitaba volver a hacer
de mi mirada un espiral y retorcerla como tantas veces lo hice para descubrir otras posibilidades. Solo era necesario
mantener la esperanza y la ilusión para confirmar que hay realidades que, de vez cuando, se atraviesan
amorosamente, como un eclipse.
Esta también es una historia de amor disidente que desobedece y que se opone a la
violencia.
Era el amor que le tenía a la mosca el que me hizo saberme fuerte, hermosx, resiliente y llenx de valentía para
surcar un mundo que le teme a la extrañeza, que no se acerca a lo que le teme con ternura y se descubre a
mismx. Era la mosca la que se posaba sobre mi pecho, justo donde está mi corazón, el mismo que no se detiene,
que no conoce el descanso y que me mantiene de pie, transitando, descubriendo, creando y aprendiendo a soltar
lo que ya me soltó.
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La mosca estaba conmigo, tocando mi piel para llevarse mis miedos lejos, muy lejos y devolverme las ganas de
movilizar todo a al derredor. La misma mosca que entraba por mi ventana y dejaba de ser una mancha negra
para transformarse en el orificio por el cual podía escaparme y hacerme pequeña, tan pequeña como ella y
recordar que del dolor al color solo hay una letra de diferencia.
Fue ella la que con el tiempo me enseño que la AMISTAD ES TENER CASA EN OTRO CUERPO y que a los humanos
les falta barrio para dejar de ser exterminadores de las vidas hermosas que históricamente hemos existido y hemos
inventado nuevas formas de escaparnos a otros mundos más habitables. Las vidas que aparecemos, insistimos e
incomodamos. Nosotrxs que preferimos sentirnos pequeñas y frágiles porque desde ahí también se resiste. No
nos interesa sentirnos grandes o superiores solo deseamos que nuestro zumbido retumbe sobre las
paredes y que su eco sea el testimomio de una revolución tierna e inolvidablemente inesperada.
¡Mi existencia, mi resistencia!
¡Ternura, dulzura y dignidad para todas las vidas trans!
Qué ironías de la vida,
aborrecer las moscas, y anhelar sus altos vuelos.
Recebido em: 01/06/2024
Aprovado em: 12/06/2024
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