e-ISSN 1984-7246  

 


Los aportes teórico-metodológicos de Lenin y Gramsci a la educación contemporánea[i]

 

 

 

 

Giovanni Semeraro

Universidade Federal Fluminense (UFF)

Niterói, RJ – Brasil

lattes.cnpq.br/6956417347930716

orcid.org/0000-0003-4230-3598

gsemeraro07@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los aportes teórico-metodológicos de Lenin y Gramsci a la educación contemporánea

 

Abstract

El objetivo de este artículo es analizar las formulaciones de Lenin y Gramsci para la educación. El texto se divide en cuatro secciones. A lo largo de la exposición presentamos los vínculos y afinidades entre Lenin y Gramsci, pero también destacamos las continuidades y diferencias entre ellos. Además, abordamos el principio teórico-práctico de hegemonía desde la perspectiva de Lenin y Gramsci en términos de política y producción de conocimiento. Finalmente, reflexionamos sobre el pensamiento actual de la educación en el contexto de la crisis del capitalismo, considerando el accionar de fuerzas reaccionarias y conservadoras que pretenden sostener el sistema imperialista.

 

Keywords: Gramsci; Lenin; educación.

 

As contribuições teórico-metodológicas de Lênin e Gramsci para a educação contemporânea

 

Resumo

O objetivo do presente artigo é analisar as formulações de Lênin e Gramsci para a educação. O texto está dividido em quatro seções. Ao longo da exposição, apresentamos os elos e as afinidades entre Lênin e Gramsci, mas também ressaltamos as continuidades e diferenças entre eles. Além disso, abordamos o princípio teórico-prático da hegemonia na perspectiva de Lênin e Gramsci no plano da política e da produção do conhecimento. Por fim, refletimos sobre a atualidade dos pensadores para a educação no contexto de crise do capitalismo, considerando a atuação das forças reacionárias e conservadoras que visam sustentar o sistema imperialista.

 

Palavras-chave: Gramsci; Lênin; educação.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 Vínculos y afinidades entre Lenin y Gramsci

Contemporáneos y trabajando en contextos diferentes, Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) y Antonio Gramsci, dos grandes revolucionarios de la primera mitad del siglo XX, tienen profundas afinidades tanto en el terreno teórico como en su actividad política y su concepción educativa.

Lenin no es sólo un brillante estratega político que organizó a las masas, preparó el terreno y dirigió a los bolcheviques en la Revolución de Octubre de 1917 que conmocionó al mundo. Fue también un teórico de amplia visión que profundizó y materializó la concepción del mundo inaugurada por Marx con “análisis concretos de la realidad concreta”. P rimera Guerra Mundial (1914-1918) y actuó como hábil dirigente para hacer frente a la guerra civil de los años 1918-1920 y al boicot de los países occidentales asustados por la conmoción causada por los acontecimientos en la URSS. Además, Lenin demostró ser ungobernante previsor y audaz en el proceso de “transición socialista”. Al sentar las bases de la industrialización y la modernización en un inmenso país mantenido en el atraso y la servidumbre por el zarismo, impulsó un programa educativo sin precedentes para una población mayoritariamente rural y analfabeta; desmanteló la vieja maquinaria estatal y organizó el Estado soviético con una planificación económica, política y cultural coherente, extendiendo la electricidad y desencadenando las “tres revoluciones” (industrial, agraria y cultural), resumidas en el lema: “electrificar la industria y elevar la cultura” (Lenin, 1981a, p. 78).

Para Lenin, en efecto, el vínculo inseparable entre la industrialización y la cultura general, la producción y la educación, el desarrollo técnico-científico y la dirección política de la población eran condiciones fundamentales para consolidar la revolución y allanar el camino para la construcción de una nueva civilización. En consonancia con Hegel, que había rescatado el sentido profundo del trabajo como realización creadora del ser humano y configuradora del tejido social, y en sintonía con la crítica de Marx que revelaba las contradicciones del trabajo en el sistema embrutecedor y alienante instaurado por la burguesía (Semeraro, 2013), Lenin lanzó la “educación general y politécnica”, gratuita y obligatoria hasta los 16 años (Lenin, 1981a, p. 58), para dar a todos acceso a las ciencias y al patrimonio de conocimientos acumulados históricamente por la humanidad.

Inspirado, sobre todo, en el vínculo inextricable establecido por Marx entre la producción y la educación de la clase obrera (Marx; Engels, 2004, p. 68-69), puso en práctica la “escuela única del trabajo” destinada a desarrollar las capacidades de los individuos, capacitar a los trabajadores para dominar teorías y técnicas avanzadas en las diversas esferas de la producción moderna y combinar el mundo del trabajo con la construcción de una sociedad dirigida por el “proletariado” (Lenin, 1981a, p. 81).

En su discurso pronunciado en el Primer Congreso Panruso de Instrucción Pública el 28 de agosto de 1918, Lenin expresó claramente su rechazo a la educación puramente profesional reservada por la clase dominante a las clases trabajadoras, con el fin de preparar sólo mano de obra eficiente y servil y excluir la educación general y técnico-científica integrada en la vida de la sociedad y la educación política:

 

La escuela se convirtió por completo en un instrumento de la dominación de clase de la burguesía, toda ella estaba impregnada del espíritu de casta burguesa, su objetivo era proporcionar a los capitalistas lacayos serviles y obreros hábiles. La guerra ha demostrado que las maravillas de la tecnología moderna son un medio para exterminar a millones de trabajadores y enriquecer fabulosamente a los capitalistas, que se benefician de la guerra [...] declaramos abiertamente que la escuela al margen de la vida, al margen de la política, es falsedad e hipocresía (Lenin, 1981a, p. 61).

 

En la concepción de Lenin, por lo tanto, la conexión entre la enseñanza y los problemas reales del sistema productivo y de la vida social, así como la formación y la acción políticas, también se vuelven fundamentales en el proceso de aprendizaje, ya que la lucha “contra la vieja sociedad basada en la explotación” es esencial para develar las contradicciones de la sociedad capitalista y un medio para desatar todo el potencial de la población, a fin de preparar al proletariado para “desempeñar su papel de educador, organizador y dirigente, papel sin el cual es imposible la desintegración del capitalismo” (Lenin, 1981a, pág. 104).

Por otra parte, Lenin también criticó el programa “Proletkult” (Organización Cultural y Educativa Proletaria), introducido por Bogdánoviv y continuado por Lunatchárski, con el objetivo de alimentar el activismo político del pueblo con una “cultura proletaria” simplificada y panfletaria que descalificaba la cultura moderna y la experiencia acumulada por la escuela tradicional. De hecho, en su Saludo al Primer Congreso Nacional de Instrucción Extraescolar de 1919, Lenin advirtió que sería un grave error pensar que era posible ser comunista sobre la base de consignas y superficialidad, sin construir una ciencia y una cultura consistente, sin haber asimilado con espíritu crítico los tesoros del saber producidos por la humanidad, de los que derivaba el propio comunismo (Lenin, 1968).

No cabe duda de que la influencia de Lenin y de la Revolución de Octubre fue muy marcada en el pensamiento y la actividad política de Gramsci. Entre los numerosos textos que muestran esta conexión, el artículo “Lenin, líder revolucionario”, escrito el 1 de marzo de 1924, con motivo de su muerte, expresa abiertamente la admiración de Gramsci por su “compañero y líder revolucionario: iniciador de un nuevo proceso de desarrollo en la historia” (Gramsci, 2004b, p. 23). 237). Sin embargo, reacio al fanatismo y a la idolatría, Gramsci subraya que la personalidad excepcional de Lenin debe situarse en el largo proceso de la historia rusa y mundial. Así, subraya que tanto la dirección de Lenin como la función del partido que encabeza “son elementos de la clase obrera, forman parte de esta clase, representan sus intereses y aspiraciones más profundos y vitales” (Gramsci, 2004b, p. 236). Sin recurrir a la imposición ni a la impostura, de hecho, la actividad política de Lenin era extraordinaria porque era “expansiva”, ya que “en ella hay un movimiento continuo de abajo hacia arriba, un intercambio continuo a través de todos los capilares sociales, una circulación continua de hombres” (Gramsci, 2004b, p. 240).

Los vínculos entre Gramsci y Lenin son numerosos y más que evidentes. Basta mencionar que el trabajo de Gramsci en los “consejos de fábrica” de Turín (“territorio nacional de autogobierno obrero”) y en el “bienio rojo” (1919-20) se inspiraron claramente en la experiencia de los soviets y de la Revolución Rusa. En varios artículos escritos en los años 1919-1920, hace hincapié en la participación colectiva y la educación recíproca, destaca el “autogobierno de los productores” retratado por Marx en la Guerra Civil francesa (1982, p. 37) y, más que la “dictadura del proletariado”, Gramsci subraya que el proceso revolucionario debe conducir a la creación de un nuevo Estado constituido al mismo tiempo “en el terreno de la producción”, en la organización política y en el desarrollo de la cultura de las masas populares[1]

Así, en las diversas actividades educativas y en la “escuela del trabajo” (Gramsci, 2004a, p. 324-325) que promovió entre los obreros de Turín, además de aspectos derivados de B. Croce, de G. Lombardo Radice (Gramsci, 2004a) y la revista Clarté (de Romain Rolland y Henri Barbusse), Gramsci centró su atención principalmente en las transformaciones político-económicas y las reformas educativas instituidas en la URSS. Durante su estancia en Moscú entre junio de 1922 y noviembre de 1923, observó de cerca la experiencia y el debate en torno a la “escuela única del trabajo” introducida por Lenin y Krupskaya (Lenin, 1977, p. 167).

Además, Gramsci también conocía la visión elaborada por M. M. Pistrack, que, inspirado en la metodología del materialismo histórico-dialéctico, luchó contra la enseñanza abstracta y combinó la ciencia, el trabajo y la vida social y política. Condensada en el libro Fundamentos de la Escuela de Trabajo (Pistrack, 2000), la amplia experiencia de este pedagogo retrata la escuela no sólo como un lugar donde asimilar conocimientos científicos y técnicas laborales modernas, sino también como un entorno donde los alumnos aprenden a autoorganizarse, a analizar colectivamente los problemas de la sociedad y a prepararse para transformarla y dirigirla.

Es en este intenso recorrido de Gramsci como activista político, intelectual y educador donde encontramos las matrices de diversos conceptos relativos al nuevo “método de conocimiento” y a la formación de una conciencia política del proletariado.Emergen de sus escritos anteriores a la prisión y se desarrollan particularmente en las notas de los Cuadernos de la cárcel, que son también la base fundamental para descubrir gran parte de la génesis de la “escuela unitaria”, elaborada y condensada particularmente en el Cuaderno 12. Como hemos intentado demostrar en el análisis de este cuaderno (Semeraro, 2021), Gramsci, apoyándose también en el estudio de otras corrientes pedagógicas, amplía el concepto de “escuela única” del trabajo desarrollado en la URSS y realiza una crítica perspicaz de las propuestas modernas derivadas de la “escuela nueva” y de la “escuela activa”, incluyendo las posiciones contenidas en el “sistema educativo Dalton” (Gramsci, 1996). Para Gramsci, estas escuelas “progresistas”, de derivación liberal e inspiradas en el principio de autonomía del alumno, “no tienen nada que ver con la cuestión de crear un tipo de escuela que eduque a las clases instrumentales y subalternas para un papel dirigente en la sociedad, como un todo y no como individuos aislados” (Gramsci, 1975, p. 1183-1189). 1183-1185, énfasis añadido).

Pero hay otros aspectos importantes de Gramsci que son muy similares a Lenin: el papel del partido, el papel de los intelectuales, el papel dirigente de las masas, la alianza obrero-campesina, la formación del “frente único”, la construcción del Estado democrático popular, el jacobinismo, la dimensión internacional del comunismo. [2]No es de extrañar, pues, que varios analistas consideren que “la aparición y el desarrollo del leninismo en la escena mundial fue el factor decisivo de toda la evolución de Gramsci como pensador y como político de acción” (Togliatti, 1973, p. 423) .

 

2 Continuidad y diferencias entre Gramsci y Lenin

Sin embargo, aunque sintonizaban con la misma matriz marxista y objetivos políticos convergentes, Lenin y Gramsci tenían sus propias peculiaridades. Retratado por Gramsci como “el más grande estadista de la Europa contemporánea” (2004a, p. 240) y “el más grande teórico moderno de la filosofía de la praxis, en el campo de la lucha y de la organización política” (Gramsci, 1975, p. 1235), Lenin desarrolló su pensamiento y maduró sus posiciones políticas a lo largo de un intenso proceso de organización de las masas y de “guerra de movimiento” que culminó en la Revolución de 1917 y en la creación del Estado soviético. Estos aspectos llevan a Gramsci a ver una estrecha relación entre Lenin y Maquiavelo, políticos “en acción” que, incluso en épocas y realidades diferentes, trataron de conectar a la dirección nacional y a las masas populares con la estructura del Estado (Gramsci, 1975, p. 1578).       

Por otro lado, situado en un contexto sociopolítico diferente, Gramsci es el pensador y activista político de la revolución a largo plazo en las complejas sociedades del capitalismo avanzado de “Occidente”. Se dedica, pues, a analizar las dimensiones de la estructura y la superestructura que sustentan el poder de la clase dominante, siempre dispuesta a reprimir las amenazas a su estatus y a poner en juego las más variadas versiones de la “revolución pasiva”. Frente a la forma más arrolladora de “revolución pasiva” implantada por el fascismo en Italia, Gramsci traza las vías de la lucha hegemónica que deben librar en todos los espacios las clases trabajadoras y las fuerzas populares con un intenso proceso de concienciación, lucha cultural y organización política.

Así, distanciándose de la visión idílica del “gran día” de la revolución, entre otras cosas porque la revolución en la URSS avanzaba hacia un proceso que requería “una lucha prolongada y tenaz en el terreno del capitalismo” (Lenin, 1981b, p. 58). 58), Gramsci hacía hincapié en la “guerra de posición”, siempre con vistas a romper con el capitalismo y superar la sociedad burguesa. En este sentido, a diferencia de “Oriente”, donde “la sociedad civil era primordial y gelatinosa”, Gramsci tiene en cuenta que en “Occidente” existía una “robusta cadena de fortalezas y búnkeres” en la sociedad (1975, p. 866). En un contexto así, en el que “la estructura masiva de las democracias modernas como organizaciones estatales y como conjunto de asociaciones de la vida civil” (Gramsci, 1975, p. 1566-1567) es muy sólida, la “ guerra  de posición (o de acoso)” resulta más decisiva que la “guerra de maniobra (y ataque frontal) “.

Y Gramsci, señalando que “Ilich se había dado cuenta de que era necesario pasar de la guerra de maniobra, aplicada victoriosamente en el Este en 1917, a la guerra de posición” (Gramsci, 1975, p. 866), subraya que “esta es la cuestión más importante, planteada desde la posguerra”. 866), subraya que “esta cuestión de teoría política es la más importante, planteada desde la posguerra y la más difícil de resolver” y la más exitosa en caso de victoria. En efecto, la guerra de posición, “concentrada, difícil, en la que se requieren cualidades excepcionales de paciencia e inventiva y que exige una concentración inaudita de hegemonía [...] una vez ganada, es definitivamente decisiva” (Gramsci, 1975, p. 802). Sobre esta base, para Gramsci, el Estado debe entenderse como “el conjunto de actividades prácticas y teóricas con las que la clase dominante no sólo justifica y mantiene su dominación, sino que logra obtener el consenso activo de los gobernados” (Gramsci, 1975, p. 1765). Superando así la visión generalizada en el sentido común que lo ve como un aparato represivo, superpuesto y separado, Gramsci reconfigura el “Estado en un sentido orgánico y más amplio” (Gramsci, 1975, p. 763), vinculando inseparable y dialécticamente la sociedad política y la sociedad civil (Gramsci, 1975, p. 866).

Del mismo modo, en relación con el partido, sin disminuir la necesidad de su papel en la organización de las clases subalternas, Gramsci amplía su comprensión presentándolo como un “intelectual colectivo” (1975, p. 1523), un espacio abierto para desarrollar el conocimiento y la responsabilidad de todos sus miembros, con el fin de practicar la dialéctica continua entre dirección y espontaneidad, pensamiento y acción, superando así las tendencias al vanguardismo y a la centralización del poder.

Estas breves y notorias referencias son más que suficientes para demostrar que, al igual que profundizó y desarrolló el pensamiento de Marx, la relación de Gramsci con Lenin no fue de transposición mecánica, sino dialéctica y creativa. Y, de hecho, el propio Lenin había señalado la necesidad de orientar la propia acción política sobre la base de las cuestiones que surgen de las situaciones concretas y las particularidades históricas en las que tienen lugar las luchas políticas (Lenin, 1981c, pág. 107).

Así, desde sus escritos anteriores a la prisión, y a lo largo de sus notas carcelarias, Gramsci muestra la necesidad de la traducibilidad del marxismo, que tiene lugar en el paso “de un siglo a otro”, de un país a otro y dentro de diferentes culturas, teniendo en cuenta no sólo la adaptación del lenguaje y de los conceptos, sino también la búsqueda de la reelaboración teórica y la creación de nuevas modalidades políticas basadas en un cuidadoso “reconocimiento del carácter nacional” e internacional (Gramsci, 1975, p. 866). Además, sin limitarse a las estrategias de lucha de la clase obrera y los campesinos, Gramsci fue uno de los marxistas que más sensibilizó y abrió frentes de investigación en la historia, la cultura, la literatura popular y el complejo universo de los “subalternos” (Gramsci, 1975), ampliando el concepto de clase y los espacios para las luchas sociales y políticas, como ya habían mostrado varios escritos anteriores a la prisión (Gramsci, 2004a, p. 58-59).

Así, junto a la conquista del aparato estatal y del sistema de producción, Gramsci rescató la importancia fundamental de los componentes “superestructurales”, convencido de que toda reforma “económica” debe estar entrelazada con una “reforma intelectual y moral” (Gramsci, 1975, p. 1561). 1561), en consonancia con la concepción de la filosofía de la praxis que no separa teoría de práctica, superestructura de estructura, ser humano de naturaleza, sujeto de objeto, individuo de sociedad (Gramsci, 1975, p. 1457). La matriz unitaria y dialéctica de este inseparable “bloque histórico” lleva a Gramsci a cuestionar la división considerada “natural” no sólo entre gobernantes-gobernados, dirigentes-dirigidos, sino también entre educadores-educados y a deconstruir el tópico arraigado desde hace tiempo en el sentido común de que los intelectuales son un círculo restringido de la “aristocracia del saber” Por el contrario, presenta una nueva concepción de la cultura y del intelectual, reconfigurada por la organicidad procesual entre el intelectual y el pueblo, el saber y el sentimiento, la ciencia y las creaciones populares (Gramsci, 1975, p. 1505).

Partiendo de estos supuestos, Gramsci amplía los conceptos de cultura e intelectual hasta tal punto que llega a afirmar que “todos son intelectuales”, cada uno con su especificidad (Gramsci, 1975, p. 1516). 1516), una afirmación sin precedentes en consonancia con las otras impactantes declaraciones de que “todos son filósofos” (Gramsci, 1975, p. 1375) y “todos son 'hombres políticos' y 'legisladores'“ (Gramsci, 1975, p. 1668). Así, puesto que las creaciones culturales son obra de todos, es necesario transformar “la filosofía en un movimiento cultural” (Gramsci, 1975, p. 1380) para que pueda “generar una ética, una forma de vida” (Gramsci, 1975, p. 2185-2186) que amplíe el potencial de todos en la sociedad. Con ello, introduce una visión teórico-política que se opone al sistema de castas, al monopolio y al elitismo y produce una ruptura epistemológica con las concepciones dominantes de su tiempo, no sólo las posiciones neoidealistas de B. Croce y la reforma fascista G. Gentile, sino también al paternalismo de la Iglesia y a las corrientes liberales, en sus versiones de “escuela nueva”, “escuela activa” y pragmatismo (Semeraro, 2021).

De estas premisas surge el audaz y fascinante proyecto del Cuaderno 12, en el que Gramsci establece un vínculo profundo e ineludible entre el “intelectual orgánico”, la “escuela unitaria” y la “educación integral”, articulada con el mundo del trabajo, la política, la filosofía, la historia y la cultura popular, para que cada ciudadano se convierta en un “'dirigente' (especialista + político)” (Gramsci, 1975, p. 1551), desarrollando al mismo tiempo la inseparable formación científico-profesional y sociopolítica necesaria para expresar sus competencias en el campo de la producción y, educándose colectivamente en el arte del autogobierno, dirigir hegemónicamente a la sociedad en la creación de una nueva civilización.

 

3 El principio teórico-práctico de la hegemonía en la política y la construcción del conocimiento

Para Gramsci, estos horizontes desafiantes para esta revolución sólo pueden alcanzarse conquistando la hegemonía construida en las luchas políticas de las clases trabajadoras y las capas subalternizadas. Y, como sabemos, entre los otros vínculos comunes con Lenin, Gramsci (1975)[3] asimila y desarrolla el concepto de hegemonía, cuyo origen, de hecho, deriva de la filosofía de la praxis fundada en el pensamiento de Marx, en el que “está contenido in nuce también el aspecto ético-político de la política o la teoría de la hegemonía y el consenso, además del aspecto de la fuerza y la economía” (Gramsci, 1975, p. 1315). En el párrafo 12 del mismo cuaderno, cuando recuerda el potencial “gnosiológico” de la ideología y la hegemonía, Gramsci observa que

 

la proposición contenida en la introducción a la Crítica de la economía política, según la cual los hombres toman conciencia de los conflictos estructurales en el terreno de las ideologías, debe considerarse como una afirmación de valor gnosiológico y no meramente psicológico y moral. De ello se deduce que el principio teórico-práctico de la hegemonía tiene también una dimensión gnosiológica y, por tanto, es en este campo donde debe buscarse la máxima aportación teórica de Ilitch a la filosofía de la praxis. Ilitch habría hecho avanzar [efectivamente] la filosofía [como filosofía] en la medida en que hizo avanzar la doctrina y la práctica políticas. La realización de un aparato hegemónico, en la medida en que crea un nuevo terreno ideológico, determina una reforma de las conciencias y de los métodos de conocimiento, es un hecho de conocimiento, un hecho filosófico (Gramsci, 1975, p. 1249-1250).

 

Gramsci, por tanto, muestra no sólo que las ideologías tienen una consistencia concreta, ya que desencadenan efectos históricos y políticos, sino también que el proceso de conocimiento y la elaboración de la propia concepción del mundo están estrechamente vinculados a la acción política encaminada a lograr la hegemonía, ya que: “la comprensión crítica de sí mismo se produce a través de una lucha de 'hegemonías' políticas, de direcciones contrapuestas; primero en el campo de la ética, luego en el de la política, para llegar a una elaboración superior de la propia concepción de la realidad” (Gramsci, 1975, p. 1385).

De este modo, al igual que tiene lugar la construcción de la propia personalidad, es en el proceso de la lucha por la hegemonía que un grupo social, un partido o una nación, anclados en la base material, llegan también a comprenderse a sí mismos, a articularse y a elaborar su propio proyecto de sociedad, logrando obtener el consenso activo de gran parte de la población por su capacidad de dirigir al conjunto de la sociedad no sólo por la “dominación” y la “fuerza”, sino sobre todo por la “dirección intelectual y moral” (Gramsci, 1975, p. 1519). “Desde esta perspectiva, más que en el “mando” y las directrices que emanan de un poder situado por encima o que vienen de fuera, la hegemonía se basa en la conciencia, el conocimiento y la participación política de las masas, en el “poder de atracción” (Gramsci, 1975, p. 2012) que se produce cuando el sistema hegemónico socializa el proceso económico, político y cultural y promueve la expansión de la sociedad en su conjunto. Por eso Gramsci establece una conexión entre democracia y hegemonía: “En el sistema hegemónico, la democracia existe entre el grupo dominante y los grupos dominados, en la medida en que [el desarrollo de la economía y, por tanto,] la legislación [que expresa este desarrollo] favorece el paso [molecular] de los grupos dominados al grupo dominante” (Gramsci, 1975, p. 1056).

No hay duda, por lo tanto, de que la mayor contribución teórica y metodológica de Lenin y Gramsci es el desarrollo de un conjunto de herramientas teóricas y actividades políticas basadas en la “más moderna filosofía de la praxis”, cuya “característica esencial consiste precisamente en el concepto histórico-político de 'hegemonía'“ (Gramsci, 1966, p. 570). En la línea de Lenin que, aún sin haber tenido tiempo de profundizar este concepto (Gramsci, 1975, p. 866), “había dado un valor renovado al frente de la lucha cultural y construido la doctrina de la hegemonía como complemento de la teoría del Estado-poder” (Gramsci, 1975, p. 1235), Gramsci muestra no sólo la necesidad de valorar la superestructura y el potencial revolucionario de los diversos sujetos políticos (Gramsci, 1975, p. 1603), sino que la conquista de la hegemonía es la principal estrategia para adquirir conocimientos, organizarse políticamente y aprender a dirigir democráticamente la sociedad.

Contra el voluntarismo y el “subversivismo esporádico y desorganizado” (Gramsci, 1975, p. 957), Gramsci no duda de que debe partir siempre de los medios materiales, de la realidad objetiva y del papel del partido (Gramsci, 1975), aspectos especialmente subrayados por Lenin (1979) en Materialismo y empirismo. Pero además de la base material, las “relaciones de fuerza” y el “aparato hegemónico”, Gramsci destaca también los componentes de subjetividad, creatividad y construcción de la propia concepción del mundo por parte de las clases trabajadoras y subalternizadas. De este modo, la conquista de la hegemonía se sitúa en el proceso dialéctico entre objetividad y subjetividad, estructura y superestructura y se entiende como la “supremacía” de un grupo social que logra combinar fuerza y consenso, “dominación y dirección” (Gramsci, 1975, p. 2010).

Para Gramsci, en efecto, las fuerzas productivas en sí no tienen una capacidad progresiva automática, sino que junto a ellas es necesario desarrollar la “voluntad colectiva”, la iniciativa política organizada y las dimensiones subjetivas de la clase obrera y de las masas populares. Al hacerlo, se opone tanto al positivismo como al idealismo, así como a cualquier teoría que atribuya a entidades metafísicas y esencias abstractas alguna prerrogativa capaz de determinar el curso de la historia. Por el contrario, Gramsci afirma que el inmanentismo absoluto (Frosini, 2010, p. 137-146), la acción humana políticamente organizada, el “historicismo revolucionario”, constituyen la base del conocimiento y el motor de la historia. Demuestra que la sociedad no sólo está hecha de la materialidad de las cosas, de meros hechos, de individuos y de lo imponderable, sino que también es un campo de posibilidades que se abren cuando individuos intrépidos y políticamente organizados deciden unir fuerzas, tomar iniciativas y luchar por otros proyectos de sociedad.

Por esta razón, la clásica pregunta”¿Qué es el hombre?”, que recorre la historia de la filosofía, en Gramsci se convierte en: “lo que el hombre puede llegar a ser, es decir, si el hombre puede dominar su destino, si puede 'hacerse' a sí mismo, si puede crearse una vida” (Gramsci, 1975, p. 1344). Con este “vuelco de la posición tradicional del problema filosófico” (Gramsci, 1975, p. 119), en sintonía con Marx que “renueva de arriba abajo la manera de entender la filosofía” (Gramsci, 1975, p. 433-35) e “inicia una nueva fase en la historia y el desarrollo mundial del pensamiento” (Gramsci, 1975, p. 1425), ya no es posible construir conocimiento y elaborar una concepción del mundo que tenga sentido sin tener en cuenta la realidad concreta, las relaciones sociales de producción, la división de clases y las luchas desencadenadas por los sujetos activos en el tejido social destinadas a crear altos niveles de civilización.

 

 4 La relevancia de Lenin y Gramsci para la educación

A principios del siglo XX, Lenin y Gramsci se enfrentaban a una profunda crisis del capital, con Rusia en condiciones semifeudales, con el colapso del viejo orden europeo y “la desintegración del sistema de colonias y sus esferas de influencia” (Gramsci, 1987, p. 103). En medio de tales situaciones históricas desafiantes, no dudaron en dedicarse con inteligencia teórica y audacia política a organizar y desencadenar la revolución, junto con las masas populares, situando los enfrentamientos nacionales en el marco de la construcción de “un nuevo orden internacional que unifique la conciencia universal del mundo” (Gramsci, 1987, p. 156-161).

A principios del siglo XXI, en otro contexto que entrelaza aún más intensamente los problemas de cada país con el sistema internacional y la dramática situación de colapso planetario, nos enfrentamos a una crisis aún mayor del capitalismo que se ha visto agravada por la degradación introducida por el neoliberalismo y la financiarización de la economía. Y así como el fascismo y el nazismo se presentaron como soluciones a la crisis del siglo pasado, hoy también surgen fuerzas reaccionarias y de extrema derecha que buscan sostener un sistema imperialista con una concentración de poder económico y militar sin precedentes, creciente violencia, descalificación de la política, sobreexplotación de la mano de obra, oleadas migratorias masivas, exterminio de pueblos originarios y devastación ambiental que genera epidemias y enfermedades recurrentes, incluso psíquicas y mentales.

En situaciones tan parecidas a la nuestra, las aportaciones políticas y teórico-metodológicas de Lenin y Gramsci a la educación siguen siendo de gran actualidad, pues indican que la construcción del conocimiento y la formación de la propia concepción del mundo no pueden desvincularse del análisis concreto de la realidad, de la implicación en la resolución de los problemas cruciales de la propia época, de las luchas nacionales e internacionales democráticamente dirigidas por las clases trabajadoras y las organizaciones populares que buscan “la fundación de un nuevo Estado” y la “creación de nuevos y más elevados tipos de civilización” (Gramsci, 1975, p. 1566).

De los dos grandes revolucionarios – binomio inseparable de la unidad dialéctica de teoría y práctica, fuerza y consenso, guerra de movimiento y posición, dirección y espontaneidad – hemos aprendido también que el bagaje de la historia, el acervo de conocimientos acumulados y las experiencias pasadas, aunque necesarios, no bastan para afrontar los retos del tiempo presente. Lenin y Gramsci enseñan incluso que el marxismo no es un dogma, un texto sagrado intocable monopolizado por unos pocos iluminados, o una escuela estéril y repetitiva, sino un proceso histórico-dialéctico dinámico y desafiante de creación colectiva continua (Gramsci, 2004a).

Cada vez más necesaria hoy en día, la revolución a recrear necesita enfrentarse tanto al “imperialismo, fase suprema del capitalismo” (Lenin, 2012) como a todo tipo de vacío “nacionalismo, que, sin promover una situación 'nacional-popular', considera a las grandes masas del pueblo como ganado” (Gramsci, 1975, p. 799). Así, puesto que lo general y lo particular están dialécticamente entrelazados, la polarización en Brasil entre las fuerzas reaccionarias que promueven un nacionalismo para el “ganado” y las organizaciones populares que luchan contra las nuevas formas de colonialismo refleja, en cierto modo, el gran enfrentamiento que tiene lugar en el escenario mundial. De hecho, en una de las “réplicas más duras de la historia”, que sorprendería al propio Hegel (1999), más que entre un “Oriente” atrasado y un “Occidente” avanzado, hoy la oposición se ha establecido entre el ímpetu de los países emergentes y un restringido grupo de naciones “occidentales” que siguen atribuyéndose la prerrogativa de imponer dictados en el mundo y ejercer una dominación sin hegemonía, fomentando una industria bélica cada vez más sofisticada, guerras híbridas inescrupulosas y amenazas de todo tipo.

Sobre el telón de fondo del sistema dominante, prisionero de su arrogancia, se ha ido configurando un proceso complejo e imprevisible que gira en torno al llamado “Sur Global”, diversos grupos de naciones (BRICS, CELAC, UEEA, Unión Africana), la mayoría de ellas con una historia de colonialismo, dictaduras y boicots impuestos por las potencias occidentales. Señalando el “destino común” de los pueblos que comparten el mismo planeta, estos nuevos protagonistas se movilizan para crear un nuevo orden mundial basado en el policentrismo y el multilateralismo, encaminado a promover la integración social y geoeconómica respetando la diversidad, en unas relaciones pacíficas, cooperativas y solidarias.

Cada vez más espesa y unificadora, con un proceso acelerado e irreversible de “unidad de determinaciones múltiples”, contrariamente a quienes piensan que la “revolución” no está en el horizonte (Bobbio, 1989). en el horizonte (Bobbio, 1989), en el mundo actual tenemos la gigantesca tarea de desencadenar una serie de revoluciones a escala molecular, nacional e internacional, con el fin de sentar las bases de una humanidad efectivamente democratizada e integrada que cuide del planeta. En el actual proceso de reordenación de la geopolítica mundial y de construcción de una hegemonía “nacional-internacional-popular”, además de enfrentarse al imperialismo, al neocolonialismo, a las “revoluciones pasivas” y al neofascismo, las contribuciones de Lenin y Gramsci se vuelven aún más decisivas porque indican estrategias para combatir los embates de las nuevas formas de la “industria cultural” y el monopolio científico que se apropia del vertiginoso desarrollo de las ciencias, la Inteligencia Artificial, la tecnología y el sofisticado dominio de las big tech para penetrar en el inconsciente colectivo y determinar comportamientos, tendencias de consumo, elecciones políticas y decisiones gubernamentales.

Como nunca antes, en este contexto es necesario un amplio espectro de conocimientos, estrategias intensas y audaces de luchas populares nacionales e internacionales, una lucha política refinada y la creación de una nueva cultura para evitar que cualquier cambio en el escenario mundial preserve las estructuras de dominación, para que no se pase de la hegemonía occidental a la oriental, del capitalismo salvaje a un capitalismo más domesticado, del neoliberalismo al desarrollo económico sin la elevación intelectual y cultural de las masas y su protagonismo político (Gramsci, 1975, p. 1385).

Advirtiendo del peligro de construir el socialismo sin hegemonía, cayendo en la autocracia y la “estatolatría”, Gramsci señala que toda relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica que debe irradiarse a todas las esferas, ya que, más allá del ámbito escolar y de las relaciones intersubjetivas y sociales, “la relación pedagógica tiene lugar no sólo dentro de una nación, entre las diversas fuerzas que la componen, sino en todo el campo internacional y mundial, entre conjuntos de civilizaciones nacionales y continentales” (Gramsci, 1975, p. 1331). Por lo tanto, para saber si lo que está en curso en Brasil, en América Latina y en el mundo es el inicio de una nueva era u otra revolución pasiva para que el capitalismo vuelva a ponerse de pie y regrese más fuerte, las contribuciones teóricas y metodológicas de Lenin y Gramsci siguen siendo fundamentales para una educación que, en el contexto actual, pueda construir una conciencia política y una voluntad colectiva 'nacional-internacional popular' orientada a crear una nueva civilización, tarea que no puede delegarse a las próximas generaciones, a un futuro lejano que nunca llega, sino que necesita convertirse en una fuerza motriz de nuestras opciones y luchas políticas audaces y creativas.

Vislumbrando uno de los mayores retos de nuestra generación, en su último cuaderno poco antes de morir, Gramsci señalaba que “toda historia particular vive en el marco de la historia mundial” (Gramsci, 1975, p. 2343). Del mismo modo, en una de sus últimas cartas desde la cárcel a su hijo Delio, en la línea de “El libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos” (Marx; Engels, 1999, p. 37), Gramsci recomienda conocer y respetar a “todos los hombres del mundo que se unen en sociedad y trabajan y luchan y se mejoran” (1996, p. 808). Un proceso que tiene lugar cuando los trabajadores y las masas organizadas, rompiendo con el capitalismo y sus derivados (el trabajo explotado y la devastación del planeta, las desigualdades e injusticias, el fascismo, el racismo, el machismo, el imperialismo y todas las formas de dominación), conquistan la hegemonía y crean las condiciones para convertirse en “intelectuales políticos cualificados, dirigentes, organizadores de todas las actividades y funciones inherentes al desarrollo orgánico de una sociedad integral, civil y política” (Gramsci, 1975, p. 1522).

 

Referencias

 

BOBBIO, Norbeto. O futuro da democracia: uma defesa das regras do jogo. Rio de Janeiro: Paz e Terra, 1989.

 

FROSINI, Fabio. La religione dell’uomo moderno: politica e verità nei Quaderni del carcere di Antonio Gramsci. Roma: Carocci, 2010.

 

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GRAMSCI, Antonio. Escritos políticos. Tradução: Carlos Nelson Coutinho. Rio de Janeiro: Civilização Brasileira, 2004b. v. 2.

 

GRAMSCI, Antonio. L’Ordine nuovo 1919-1920. A cura di Valentino Gerratana e Antonio A. Santucci. Torino, Einaudi, 1987.

 

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MARX, Karl. La guerra civile in Francia. Milano: Feltrinelli, 1982.

 

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SEMERARO, Giovanni. Intelectuais, educação e escola: um estudo do Caderno 12 de Antonio Gramsci. São Paulo, Expressão Popular, 2021.

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TOGLIATTI, Palmiro. Gramsci e il leninismo. In: AAVV., STUDI GRAMSCIANI (1958). Roma: Ed. Riuniti, 1973. p. 35.

 



[1] Por ejemplo, GRAMSCI, 2004, vol. 1, p. 257ss; p. 361ss; p. 383ss.

[2] Véase: VACCA, Giuseppe. Saggio su Togliatti e la tradizione comunista. Bari: De Donato, 1974.

[3] Véase: T4, §38, p.465 y T7, §33, p.882



[i] Artículo recibido en: 19/11/23

  Artículo aprobado en: 04/06/24