e-ISSN 1984-7246
Los aportes
teórico-metodológicos de Lenin y Gramsci a la educación contemporánea[i]
Giovanni
Semeraro
Universidade Federal
Fluminense (UFF)
Niterói, RJ – Brasil
lattes.cnpq.br/6956417347930716
Los aportes
teórico-metodológicos de Lenin y Gramsci a la educación contemporánea
Abstract
El objetivo de este artículo
es analizar las formulaciones de Lenin y Gramsci para la educación. El texto se
divide en cuatro secciones. A lo largo de la exposición presentamos los
vínculos y afinidades entre Lenin y Gramsci, pero también destacamos las
continuidades y diferencias entre ellos. Además, abordamos el principio
teórico-práctico de hegemonía desde la perspectiva de Lenin y Gramsci en
términos de política y producción de conocimiento. Finalmente, reflexionamos
sobre el pensamiento actual de la educación en el contexto de la crisis del
capitalismo, considerando el accionar de fuerzas reaccionarias y conservadoras
que pretenden sostener el sistema imperialista.
Keywords: Gramsci;
Lenin; educación.
As contribuições teórico-metodológicas
de Lênin e Gramsci para a educação contemporânea
Resumo
O
objetivo do presente artigo é analisar as formulações de Lênin e Gramsci para a
educação. O texto está dividido em quatro seções. Ao longo da exposição,
apresentamos os elos e as afinidades entre Lênin e Gramsci, mas também
ressaltamos as continuidades e diferenças entre eles. Além disso, abordamos o
princípio teórico-prático da hegemonia na perspectiva de Lênin e Gramsci no
plano da política e da produção do conhecimento. Por fim, refletimos sobre a
atualidade dos pensadores para a educação no contexto de crise do capitalismo,
considerando a atuação das forças reacionárias e conservadoras que visam
sustentar o sistema imperialista.
Palavras-chave: Gramsci; Lênin;
educação.
1 Vínculos y afinidades entre Lenin y
Gramsci
Contemporáneos y trabajando en contextos diferentes, Vladimir Ilich
Ulianov (Lenin) y Antonio Gramsci, dos grandes revolucionarios de la primera
mitad del siglo XX, tienen profundas afinidades tanto en el terreno teórico
como en su actividad política y su concepción educativa.
Lenin no es sólo un brillante estratega político que organizó a las
masas, preparó el terreno y dirigió a los bolcheviques en la Revolución de
Octubre de 1917 que conmocionó al mundo. Fue también un teórico de amplia
visión que profundizó y materializó la concepción del mundo inaugurada por Marx
con “análisis concretos de la realidad concreta”. P rimera
Guerra Mundial (1914-1918) y actuó como hábil dirigente para hacer
frente a la guerra civil de los años 1918-1920 y al boicot de los países
occidentales asustados por la conmoción causada por los acontecimientos en la
URSS. Además, Lenin demostró ser ungobernante
previsor y audaz en el proceso de “transición socialista”. Al sentar las bases
de la industrialización y la modernización en un inmenso país mantenido en el
atraso y la servidumbre por el zarismo, impulsó un programa educativo sin
precedentes para una población mayoritariamente rural y analfabeta;
desmanteló la vieja maquinaria estatal y organizó el Estado soviético con una
planificación económica, política y cultural coherente, extendiendo la
electricidad y desencadenando las “tres revoluciones” (industrial, agraria y
cultural), resumidas en el lema: “electrificar la industria y elevar la cultura”
(Lenin, 1981a, p. 78).
Para Lenin, en
efecto, el vínculo inseparable entre la industrialización y la cultura general,
la producción y la educación, el desarrollo técnico-científico y la dirección
política de la población eran condiciones fundamentales para consolidar la
revolución y allanar el camino para la construcción de una nueva civilización.
En consonancia con Hegel, que había rescatado el sentido profundo del trabajo
como realización creadora del ser humano y configuradora del tejido social, y
en sintonía con la crítica de Marx que revelaba las contradicciones del trabajo
en el sistema embrutecedor y alienante instaurado por la burguesía (Semeraro,
2013), Lenin lanzó la “educación general y politécnica”, gratuita y obligatoria
hasta los 16 años (Lenin, 1981a, p. 58), para dar a todos acceso a las ciencias
y al patrimonio de conocimientos acumulados históricamente por la humanidad.
Inspirado, sobre
todo, en el vínculo inextricable establecido por Marx entre la producción y la
educación de la clase obrera (Marx; Engels, 2004, p. 68-69), puso en práctica
la “escuela única del trabajo” destinada a desarrollar las capacidades de los
individuos, capacitar a los trabajadores para dominar teorías y técnicas
avanzadas en las diversas esferas de la producción moderna y combinar el mundo
del trabajo con la construcción de una sociedad dirigida por el “proletariado”
(Lenin, 1981a, p. 81).
En su discurso
pronunciado en el Primer Congreso Panruso de Instrucción Pública el 28 de
agosto de 1918, Lenin expresó claramente su rechazo a la educación puramente
profesional reservada por la clase dominante a las clases trabajadoras, con el
fin de preparar sólo mano de obra eficiente y servil y excluir la educación
general y técnico-científica integrada en la vida de la sociedad y la educación
política:
La escuela se
convirtió por completo en un instrumento de la dominación de clase de la
burguesía, toda ella estaba impregnada del espíritu de casta burguesa, su
objetivo era proporcionar a los capitalistas lacayos serviles y obreros
hábiles. La guerra ha demostrado que las maravillas de la tecnología moderna
son un medio para exterminar a millones de trabajadores y enriquecer
fabulosamente a los capitalistas, que se benefician de la guerra [...]
declaramos abiertamente que la escuela al margen de la vida, al margen de la
política, es falsedad e hipocresía (Lenin, 1981a, p. 61).
En la concepción
de Lenin, por lo tanto, la conexión entre la enseñanza y los problemas reales
del sistema productivo y de la vida social, así como la formación y la acción
políticas, también se vuelven fundamentales en el proceso de aprendizaje, ya
que la lucha “contra la vieja sociedad basada en la explotación” es esencial
para develar las contradicciones de la sociedad capitalista y un medio para
desatar todo el potencial de la población, a fin de preparar al proletariado
para “desempeñar su papel de educador, organizador y dirigente, papel sin el
cual es imposible la desintegración del capitalismo” (Lenin, 1981a, pág. 104).
Por otra parte,
Lenin también criticó el programa “Proletkult” (Organización Cultural y
Educativa Proletaria), introducido por Bogdánoviv y continuado por
Lunatchárski, con el objetivo de alimentar el activismo político del pueblo con
una “cultura proletaria” simplificada y panfletaria que descalificaba la
cultura moderna y la experiencia acumulada por la escuela tradicional. De
hecho, en su Saludo al Primer Congreso Nacional de Instrucción Extraescolar de
1919, Lenin advirtió que sería un grave error pensar que era posible ser
comunista sobre la base de consignas y superficialidad, sin construir una
ciencia y una cultura consistente, sin haber asimilado con espíritu crítico los
tesoros del saber producidos por la humanidad, de los que derivaba el propio
comunismo (Lenin, 1968).
No cabe duda de que la influencia de Lenin y de la Revolución de Octubre
fue muy marcada en el pensamiento y la actividad política de Gramsci. Entre los numerosos textos que muestran esta
conexión, el artículo “Lenin, líder revolucionario”, escrito el 1 de marzo de
1924, con motivo de su muerte, expresa abiertamente la admiración de Gramsci
por su “compañero y líder revolucionario: iniciador de un nuevo proceso de
desarrollo en la historia” (Gramsci, 2004b, p. 23). 237). Sin embargo, reacio
al fanatismo y a la idolatría, Gramsci subraya que la personalidad excepcional
de Lenin debe situarse en el largo proceso de la historia rusa y mundial. Así,
subraya que tanto la dirección de Lenin como la función del partido que
encabeza “son elementos de la clase obrera, forman parte de esta clase,
representan sus intereses y aspiraciones más profundos y vitales” (Gramsci,
2004b, p. 236). Sin recurrir a la imposición ni a la impostura, de hecho, la
actividad política de Lenin era extraordinaria porque era “expansiva”, ya que “en
ella hay un movimiento continuo de abajo hacia arriba, un intercambio continuo
a través de todos los capilares sociales, una circulación continua de hombres”
(Gramsci, 2004b, p. 240).
Los vínculos
entre Gramsci y Lenin son numerosos y más que evidentes. Basta mencionar que el
trabajo de Gramsci en los “consejos de fábrica” de Turín (“territorio nacional
de autogobierno obrero”) y en el “bienio rojo” (1919-20) se inspiraron claramente
en la experiencia de los soviets y de la Revolución Rusa. En varios
artículos escritos en los años 1919-1920, hace hincapié en la participación
colectiva y la educación recíproca, destaca el “autogobierno de los productores”
retratado por Marx en la Guerra Civil
francesa (1982, p. 37) y, más que la “dictadura del proletariado”, Gramsci
subraya que el proceso revolucionario debe conducir a la creación de un nuevo
Estado constituido al mismo tiempo “en el terreno de la producción”, en la
organización política y en el desarrollo de la cultura de las masas populares[1]
Así, en las
diversas actividades educativas y en la “escuela del trabajo” (Gramsci, 2004a,
p. 324-325) que promovió entre los obreros de Turín, además de aspectos
derivados de B. Croce, de G. Lombardo Radice (Gramsci, 2004a) y la revista Clarté (de Romain Rolland y Henri
Barbusse), Gramsci centró su atención principalmente en las transformaciones
político-económicas y las reformas educativas instituidas en la URSS. Durante
su estancia en Moscú entre junio de 1922 y noviembre de 1923, observó de cerca
la experiencia y el debate en torno a la “escuela única del trabajo”
introducida por Lenin y Krupskaya (Lenin, 1977, p. 167).
Además, Gramsci
también conocía la visión elaborada por M. M. Pistrack, que, inspirado en la
metodología del materialismo histórico-dialéctico, luchó contra la enseñanza
abstracta y combinó la ciencia, el trabajo y la vida social y política.
Condensada en el libro Fundamentos de la Escuela de Trabajo (Pistrack,
2000), la amplia experiencia de este pedagogo retrata la escuela no sólo como
un lugar donde asimilar conocimientos científicos y técnicas laborales
modernas, sino también como un entorno donde los alumnos aprenden a
autoorganizarse, a analizar colectivamente los problemas de la sociedad y a
prepararse para transformarla y dirigirla.
Es en este
intenso recorrido de Gramsci como activista político, intelectual y educador
donde encontramos las matrices de diversos conceptos relativos al nuevo “método
de conocimiento” y a la formación de una conciencia política del
proletariado.Emergen de sus escritos anteriores a la prisión y se desarrollan
particularmente en las notas de los Cuadernos de la cárcel, que son
también la base fundamental para descubrir gran parte de la génesis de la “escuela
unitaria”, elaborada y condensada particularmente en el Cuaderno 12. Como hemos
intentado demostrar en el análisis de este cuaderno (Semeraro, 2021), Gramsci,
apoyándose también en el estudio de otras corrientes pedagógicas, amplía el
concepto de “escuela única” del trabajo desarrollado en la URSS y realiza una
crítica perspicaz de las propuestas modernas derivadas de la “escuela nueva” y
de la “escuela activa”, incluyendo las posiciones contenidas en el “sistema
educativo Dalton” (Gramsci, 1996). Para Gramsci, estas escuelas “progresistas”,
de derivación liberal e inspiradas en el principio de autonomía del alumno, “no
tienen nada que ver con la cuestión de crear un tipo de escuela que eduque a
las clases instrumentales y subalternas para un papel dirigente en la sociedad, como un
todo y no como individuos aislados” (Gramsci, 1975, p. 1183-1189). 1183-1185,
énfasis añadido).
Pero hay otros
aspectos importantes de Gramsci que son muy similares a Lenin: el papel del
partido, el papel de los intelectuales, el papel dirigente de las masas, la
alianza obrero-campesina, la formación del “frente único”, la construcción del
Estado democrático popular, el jacobinismo, la dimensión internacional del
comunismo. [2]No es de extrañar, pues, que varios analistas
consideren que “la aparición y el desarrollo del leninismo en la escena mundial
fue el factor decisivo de toda la evolución de Gramsci como pensador y como
político de acción” (Togliatti, 1973, p. 423) .
2 Continuidad y diferencias entre
Gramsci y Lenin
Sin embargo, aunque sintonizaban con la misma matriz marxista y
objetivos políticos convergentes, Lenin y Gramsci tenían sus propias
peculiaridades. Retratado por Gramsci como “el más grande estadista de la
Europa contemporánea” (2004a, p. 240) y “el más grande teórico moderno de la
filosofía de la praxis, en el campo de la lucha y de la organización política”
(Gramsci, 1975, p. 1235), Lenin desarrolló su pensamiento y maduró sus
posiciones políticas a lo largo de un intenso proceso de organización de las
masas y de “guerra de movimiento” que culminó en la Revolución de 1917 y en la
creación del Estado soviético. Estos aspectos llevan a Gramsci a ver una
estrecha relación entre Lenin y Maquiavelo, políticos “en acción” que, incluso
en épocas y realidades diferentes, trataron de conectar a la dirección nacional
y a las masas populares con la estructura del Estado (Gramsci, 1975, p.
1578).
Por otro lado, situado en un contexto sociopolítico diferente, Gramsci
es el pensador y activista político de la revolución a largo plazo en las
complejas sociedades del capitalismo avanzado de “Occidente”. Se dedica, pues,
a analizar las dimensiones de la estructura y la superestructura que sustentan
el poder de la clase dominante, siempre dispuesta a reprimir las amenazas a su estatus
y a poner en juego las más variadas versiones de la “revolución pasiva”.
Frente a la forma más arrolladora de “revolución pasiva” implantada por el
fascismo en Italia, Gramsci traza las vías de la lucha hegemónica que deben
librar en todos los espacios las clases trabajadoras y las fuerzas populares
con un intenso proceso de concienciación, lucha cultural y organización política.
Así,
distanciándose de la visión idílica del “gran día” de la revolución, entre
otras cosas porque la revolución en la URSS avanzaba hacia un proceso que
requería “una lucha prolongada y tenaz en el terreno del capitalismo” (Lenin,
1981b, p. 58). 58), Gramsci hacía hincapié en la “guerra de posición”, siempre
con vistas a romper con el capitalismo y superar la sociedad burguesa. En este sentido, a diferencia de “Oriente”, donde “la
sociedad civil era primordial y gelatinosa”, Gramsci tiene en cuenta que en “Occidente”
existía una “robusta cadena de fortalezas y búnkeres” en la sociedad (1975, p.
866). En un contexto así, en el que “la estructura masiva de las democracias
modernas como organizaciones estatales y como conjunto de asociaciones de la
vida civil” (Gramsci, 1975, p. 1566-1567) es muy sólida, la “ guerra de posición (o de acoso)” resulta más decisiva que la “guerra de maniobra (y
ataque frontal) “.
Y Gramsci,
señalando que “Ilich se había dado cuenta de que era necesario pasar de la
guerra de maniobra, aplicada victoriosamente en el Este en 1917, a la guerra de
posición” (Gramsci, 1975, p. 866), subraya que “esta es la cuestión más
importante, planteada desde la posguerra”. 866), subraya que “esta cuestión de
teoría política es la más importante, planteada desde la posguerra y la más
difícil de resolver” y la más exitosa en caso de victoria. En efecto, la guerra
de posición, “concentrada, difícil, en la que se requieren cualidades
excepcionales de paciencia e inventiva y que exige una concentración inaudita
de hegemonía [...] una vez ganada, es definitivamente decisiva” (Gramsci, 1975, p. 802). Sobre esta base, para Gramsci, el Estado
debe entenderse como “el conjunto de actividades prácticas y teóricas con las
que la clase dominante no sólo justifica y mantiene su dominación, sino que
logra obtener el consenso activo de los gobernados” (Gramsci, 1975, p. 1765).
Superando así la visión generalizada en el sentido común que lo ve como un
aparato represivo, superpuesto y separado, Gramsci reconfigura el “Estado en un
sentido orgánico y más amplio” (Gramsci, 1975, p. 763), vinculando inseparable
y dialécticamente la sociedad política y la sociedad civil (Gramsci, 1975, p. 866).
Del mismo modo,
en relación con el partido, sin disminuir la necesidad de su papel en la
organización de las clases subalternas, Gramsci amplía su comprensión
presentándolo como un “intelectual colectivo” (1975, p. 1523), un espacio
abierto para desarrollar el conocimiento y la responsabilidad de todos sus
miembros, con el fin de practicar la dialéctica continua entre dirección y
espontaneidad, pensamiento y acción, superando así las tendencias al
vanguardismo y a la centralización del poder.
Estas breves y
notorias referencias son más que suficientes para demostrar que, al igual que
profundizó y desarrolló el pensamiento de Marx, la relación de Gramsci con
Lenin no fue de transposición mecánica, sino dialéctica y creativa. Y, de
hecho, el propio Lenin había señalado la necesidad de orientar la propia acción
política sobre la base de las cuestiones que surgen de las situaciones
concretas y las particularidades históricas en las que tienen lugar las luchas
políticas (Lenin, 1981c, pág. 107).
Así, desde sus
escritos anteriores a la prisión, y a lo largo de sus notas carcelarias, Gramsci
muestra la necesidad de la traducibilidad del marxismo, que tiene lugar en el
paso “de un siglo a otro”, de un país a otro y dentro de diferentes culturas,
teniendo en cuenta no sólo la adaptación del lenguaje y de los conceptos, sino
también la búsqueda de la reelaboración teórica y la creación de nuevas
modalidades políticas basadas en un cuidadoso “reconocimiento
del carácter nacional” e internacional (Gramsci, 1975, p. 866). Además,
sin limitarse a las estrategias de lucha de la clase obrera y los campesinos,
Gramsci fue uno de los marxistas que más sensibilizó y abrió frentes de
investigación en la historia, la cultura, la literatura popular y el complejo
universo de los “subalternos” (Gramsci, 1975), ampliando el concepto de clase y
los espacios para las luchas sociales y políticas, como ya habían mostrado
varios escritos anteriores a la prisión (Gramsci, 2004a, p. 58-59).
Así, junto a la
conquista del aparato estatal y del sistema de producción, Gramsci rescató la
importancia fundamental de los componentes “superestructurales”, convencido de
que toda reforma “económica” debe estar entrelazada con una “reforma
intelectual y moral” (Gramsci, 1975, p. 1561). 1561), en consonancia con la
concepción de la filosofía de la praxis que no separa teoría de práctica,
superestructura de estructura, ser humano de naturaleza, sujeto de objeto,
individuo de sociedad (Gramsci, 1975, p. 1457). La matriz unitaria y dialéctica
de este inseparable “bloque histórico” lleva a Gramsci a cuestionar la división
considerada “natural” no sólo entre gobernantes-gobernados,
dirigentes-dirigidos, sino también entre educadores-educados y a deconstruir el
tópico arraigado desde hace tiempo en el sentido común de que los intelectuales
son un círculo restringido de la “aristocracia del saber” Por el contrario,
presenta una nueva concepción de la cultura y del intelectual, reconfigurada
por la organicidad procesual entre el intelectual y el pueblo, el saber y el
sentimiento, la ciencia y las creaciones populares (Gramsci, 1975, p. 1505).
Partiendo de
estos supuestos, Gramsci amplía los conceptos de cultura e intelectual hasta
tal punto que llega a afirmar que “todos son intelectuales”, cada uno con su
especificidad (Gramsci, 1975, p. 1516). 1516), una afirmación sin precedentes
en consonancia con las otras impactantes declaraciones de que “todos son
filósofos” (Gramsci, 1975, p. 1375) y “todos son 'hombres políticos' y
'legisladores'“ (Gramsci, 1975, p. 1668). Así, puesto que las creaciones
culturales son obra de todos, es necesario transformar “la filosofía en un
movimiento cultural” (Gramsci, 1975, p. 1380) para que pueda “generar una
ética, una forma de vida” (Gramsci, 1975, p. 2185-2186) que amplíe el potencial
de todos en la sociedad. Con
ello, introduce una visión teórico-política que se opone al sistema de castas,
al monopolio y al elitismo y produce una ruptura epistemológica con las
concepciones dominantes de su tiempo, no sólo las posiciones neoidealistas de
B. Croce y la reforma fascista G. Gentile, sino también al paternalismo de la
Iglesia y a las corrientes liberales, en sus versiones de “escuela nueva”, “escuela
activa” y pragmatismo (Semeraro, 2021).
De estas
premisas surge el audaz y fascinante proyecto del Cuaderno 12, en el que
Gramsci establece un vínculo profundo e ineludible entre el “intelectual
orgánico”, la “escuela unitaria” y la “educación integral”, articulada con el
mundo del trabajo, la política, la filosofía, la historia y la cultura popular,
para que cada ciudadano se convierta en un “'dirigente' (especialista +
político)” (Gramsci, 1975, p. 1551), desarrollando al mismo tiempo la
inseparable formación científico-profesional y sociopolítica necesaria para
expresar sus competencias en el campo de la producción y, educándose
colectivamente en el arte del autogobierno, dirigir hegemónicamente a la
sociedad en la creación de una nueva civilización.
3 El principio teórico-práctico de la hegemonía en la
política y la construcción del conocimiento
Para Gramsci,
estos horizontes desafiantes para esta revolución sólo pueden alcanzarse
conquistando la hegemonía construida en las luchas políticas de las clases
trabajadoras y las capas subalternizadas. Y, como sabemos, entre los otros
vínculos comunes con Lenin, Gramsci (1975)[3] asimila y desarrolla el concepto de hegemonía, cuyo
origen, de hecho, deriva de la filosofía de la praxis fundada en el pensamiento
de Marx, en el que “está contenido in nuce también el aspecto
ético-político de la política o la teoría de la hegemonía y el consenso, además
del aspecto de la fuerza y la economía” (Gramsci, 1975, p. 1315). En el párrafo
12 del mismo cuaderno, cuando recuerda el potencial “gnosiológico” de la ideología
y la hegemonía, Gramsci observa que
la proposición
contenida en la introducción a la Crítica de la economía política, según
la cual los hombres toman conciencia de los conflictos estructurales en el
terreno de las ideologías, debe considerarse como una afirmación de valor
gnosiológico y no meramente psicológico y moral. De ello se deduce que el
principio teórico-práctico de la hegemonía tiene también una dimensión
gnosiológica y, por tanto, es en este campo donde debe buscarse la máxima
aportación teórica de Ilitch a la filosofía de la praxis. Ilitch habría hecho
avanzar [efectivamente] la filosofía [como filosofía] en la medida en que hizo
avanzar la doctrina y la práctica políticas. La realización de un aparato
hegemónico, en la medida en que crea un nuevo terreno ideológico, determina una
reforma de las conciencias y de los métodos de conocimiento, es un hecho de
conocimiento, un hecho filosófico (Gramsci, 1975, p. 1249-1250).
Gramsci, por
tanto, muestra no sólo que las ideologías tienen una consistencia concreta, ya
que desencadenan efectos históricos y políticos, sino también que el proceso de
conocimiento y la elaboración de la propia concepción del mundo están
estrechamente vinculados a la acción política encaminada a lograr la hegemonía,
ya que: “la comprensión crítica de sí mismo se produce a través de una lucha de
'hegemonías' políticas, de direcciones contrapuestas; primero en el campo de la
ética, luego en el de la política, para llegar a una elaboración superior de la
propia concepción de la realidad” (Gramsci, 1975, p. 1385).
De este modo, al
igual que tiene lugar la construcción de la propia personalidad, es en el
proceso de la lucha por la hegemonía que un grupo social, un partido o una
nación, anclados en la base material, llegan también a comprenderse a sí
mismos, a articularse y a elaborar su propio proyecto de sociedad, logrando
obtener el consenso activo de gran parte de la población por su capacidad de
dirigir al conjunto de la sociedad no sólo por la “dominación” y la “fuerza”,
sino sobre todo por la “dirección intelectual y moral” (Gramsci, 1975, p.
1519). “Desde esta perspectiva, más que en el “mando” y las directrices que
emanan de un poder situado por encima o que vienen de fuera, la hegemonía se
basa en la conciencia, el conocimiento y la participación política de las
masas, en el “poder de atracción” (Gramsci, 1975, p. 2012) que se produce
cuando el sistema hegemónico socializa el proceso económico, político y
cultural y promueve la expansión de la sociedad en su conjunto. Por eso Gramsci
establece una conexión entre democracia y hegemonía: “En el sistema hegemónico,
la democracia existe entre el grupo dominante y los grupos dominados, en la
medida en que [el desarrollo de la economía y, por tanto,] la legislación [que
expresa este desarrollo] favorece el paso [molecular] de los grupos dominados
al grupo dominante” (Gramsci, 1975, p. 1056).
No hay duda, por
lo tanto, de que la mayor contribución teórica y metodológica de Lenin y
Gramsci es el desarrollo de un conjunto de herramientas teóricas y actividades
políticas basadas en la “más moderna filosofía de la praxis”, cuya “característica
esencial consiste precisamente en el concepto histórico-político de 'hegemonía'“
(Gramsci, 1966, p. 570). En la línea de Lenin que, aún sin haber tenido tiempo
de profundizar este concepto (Gramsci, 1975, p. 866), “había dado un valor
renovado al frente de la lucha cultural y construido la doctrina de la
hegemonía como complemento de la teoría del Estado-poder” (Gramsci, 1975, p.
1235), Gramsci muestra no sólo la necesidad de valorar la superestructura y el
potencial revolucionario de los diversos sujetos políticos (Gramsci, 1975, p.
1603), sino que la conquista de la hegemonía es la principal estrategia para
adquirir conocimientos, organizarse políticamente y aprender a dirigir
democráticamente la sociedad.
Contra el
voluntarismo y el “subversivismo esporádico y desorganizado” (Gramsci, 1975, p.
957), Gramsci no duda de que debe partir siempre de los medios materiales, de
la realidad objetiva y del papel del partido (Gramsci, 1975), aspectos
especialmente subrayados por Lenin (1979) en Materialismo y empirismo.
Pero además de la base material, las “relaciones de fuerza” y el “aparato
hegemónico”, Gramsci destaca también los componentes de subjetividad,
creatividad y construcción de la propia concepción del mundo por parte de las
clases trabajadoras y subalternizadas. De este modo, la conquista de la
hegemonía se sitúa en el proceso dialéctico entre objetividad y subjetividad,
estructura y superestructura y se entiende como la “supremacía” de un grupo
social que logra combinar fuerza y consenso, “dominación y dirección” (Gramsci,
1975, p. 2010).
Para Gramsci, en
efecto, las fuerzas productivas en sí no tienen una capacidad progresiva
automática, sino que junto a ellas es necesario desarrollar la “voluntad
colectiva”, la iniciativa política organizada y las dimensiones subjetivas de
la clase obrera y de las masas populares. Al hacerlo, se opone tanto al
positivismo como al idealismo, así como a cualquier teoría que atribuya a
entidades metafísicas y esencias abstractas alguna prerrogativa capaz de
determinar el curso de la historia. Por el contrario, Gramsci afirma que el
inmanentismo absoluto (Frosini, 2010, p. 137-146), la acción humana
políticamente organizada, el “historicismo revolucionario”, constituyen la base
del conocimiento y el motor de la historia. Demuestra que la sociedad no sólo
está hecha de la materialidad de las cosas, de meros hechos, de individuos y de
lo imponderable, sino que también es un campo de posibilidades que se abren
cuando individuos intrépidos y políticamente organizados deciden unir fuerzas,
tomar iniciativas y luchar por otros proyectos de sociedad.
Por esta razón,
la clásica pregunta”¿Qué es el hombre?”, que recorre la historia de la filosofía, en
Gramsci se convierte en: “lo que el hombre puede llegar a ser, es decir, si el
hombre puede dominar su destino, si puede 'hacerse' a sí mismo, si puede
crearse una vida” (Gramsci, 1975, p. 1344). Con este “vuelco de la posición
tradicional del problema filosófico” (Gramsci, 1975, p. 119), en sintonía con
Marx que “renueva de arriba abajo la manera de entender la filosofía” (Gramsci,
1975, p. 433-35) e “inicia una nueva fase en la historia y el desarrollo
mundial del pensamiento” (Gramsci, 1975, p. 1425), ya no es posible construir
conocimiento y elaborar una concepción del mundo que tenga sentido sin tener en
cuenta la realidad concreta, las relaciones sociales de producción, la división
de clases y las luchas desencadenadas por los sujetos activos en el tejido
social destinadas a crear altos niveles de civilización.
4
La relevancia de Lenin y Gramsci para la
educación
A
principios del siglo XX, Lenin y Gramsci se enfrentaban a una profunda crisis
del capital, con Rusia en condiciones semifeudales, con el colapso del viejo
orden europeo y “la desintegración del sistema de colonias y sus esferas de
influencia” (Gramsci, 1987, p. 103). En medio de tales situaciones históricas
desafiantes, no dudaron en
dedicarse con inteligencia teórica y audacia política a organizar y
desencadenar la revolución, junto con las masas populares, situando los enfrentamientos nacionales en el marco de la
construcción de “un nuevo orden internacional que unifique la conciencia
universal del mundo” (Gramsci, 1987, p. 156-161).
A
principios del siglo XXI, en otro contexto que entrelaza aún más intensamente
los problemas de cada país con el sistema internacional y la dramática
situación de colapso planetario, nos enfrentamos a una crisis aún mayor del
capitalismo que se ha visto agravada por la degradación introducida por el neoliberalismo y la financiarización de la economía. Y así como el fascismo y el nazismo se presentaron como
soluciones a la crisis del siglo pasado, hoy también surgen fuerzas
reaccionarias y de extrema derecha que buscan sostener un sistema
imperialista con una concentración de poder económico y militar sin
precedentes, creciente violencia, descalificación de la política,
sobreexplotación de la mano de obra, oleadas migratorias masivas, exterminio de
pueblos originarios y devastación ambiental que genera epidemias y enfermedades
recurrentes, incluso psíquicas y mentales.
En situaciones
tan parecidas a la nuestra, las aportaciones políticas y teórico-metodológicas
de Lenin y Gramsci a la educación siguen siendo de gran actualidad, pues
indican que la construcción del conocimiento y la formación de la propia
concepción del mundo no pueden desvincularse del análisis concreto de la
realidad, de la implicación en la resolución de los problemas cruciales de la
propia época, de las luchas nacionales e internacionales democráticamente
dirigidas por las clases trabajadoras y las organizaciones populares que buscan
“la fundación de un nuevo Estado” y la “creación de nuevos y más elevados tipos
de civilización” (Gramsci, 1975, p. 1566).
De
los dos grandes revolucionarios –
binomio inseparable de la unidad dialéctica de teoría y práctica, fuerza y
consenso, guerra de movimiento y posición, dirección y espontaneidad – hemos aprendido también que el bagaje de la historia, el
acervo de conocimientos acumulados y las experiencias pasadas, aunque
necesarios, no bastan para afrontar los retos del tiempo presente. Lenin
y Gramsci enseñan incluso que el marxismo no es un dogma, un texto sagrado
intocable monopolizado por unos pocos iluminados, o una escuela estéril y
repetitiva, sino un proceso histórico-dialéctico dinámico y desafiante de
creación colectiva continua (Gramsci, 2004a).
Cada
vez más necesaria hoy en día, la revolución a recrear necesita enfrentarse
tanto al “imperialismo, fase suprema del capitalismo” (Lenin, 2012) como a todo tipo de vacío “nacionalismo, que, sin promover
una situación 'nacional-popular', considera a las grandes masas del pueblo como
ganado” (Gramsci, 1975, p. 799). Así, puesto que lo general y lo
particular están dialécticamente entrelazados, la polarización en Brasil entre las
fuerzas reaccionarias que promueven un nacionalismo para el “ganado” y las
organizaciones populares que luchan contra las nuevas formas de colonialismo
refleja, en cierto modo, el gran enfrentamiento que tiene lugar en el escenario
mundial. De hecho, en una de las “réplicas más duras de la historia”, que
sorprendería al propio Hegel (1999), más que entre un “Oriente” atrasado y un “Occidente”
avanzado, hoy la oposición se ha establecido entre el ímpetu de los países emergentes
y un restringido grupo de naciones “occidentales” que siguen atribuyéndose la
prerrogativa de imponer dictados en el mundo y ejercer una dominación sin
hegemonía, fomentando una industria bélica cada vez más sofisticada, guerras
híbridas inescrupulosas y amenazas de todo tipo.
Sobre el telón
de fondo del sistema dominante, prisionero de su arrogancia, se ha ido
configurando un proceso complejo e
imprevisible que gira en torno al llamado “Sur Global”, diversos grupos de
naciones (BRICS, CELAC, UEEA, Unión Africana), la mayoría de ellas con una
historia de colonialismo, dictaduras y boicots impuestos por las potencias
occidentales. Señalando el “destino común” de los pueblos que comparten el
mismo planeta, estos nuevos protagonistas se movilizan para crear un nuevo
orden mundial basado en el policentrismo y el multilateralismo, encaminado a
promover la integración social y geoeconómica respetando la diversidad, en unas
relaciones pacíficas, cooperativas y solidarias.
Cada vez más
espesa y unificadora, con un proceso acelerado e irreversible de “unidad de
determinaciones múltiples”, contrariamente a quienes piensan que la “revolución”
no está en el horizonte (Bobbio, 1989). en el horizonte (Bobbio, 1989), en el
mundo actual tenemos la gigantesca tarea de desencadenar una serie de
revoluciones a escala molecular, nacional e internacional, con el fin de sentar
las bases de una humanidad efectivamente democratizada e integrada que cuide
del planeta. En el actual proceso de reordenación de la geopolítica mundial y
de construcción de una hegemonía “nacional-internacional-popular”, además de
enfrentarse al imperialismo, al neocolonialismo, a las “revoluciones pasivas” y
al neofascismo, las contribuciones de Lenin y Gramsci se vuelven aún más
decisivas porque indican estrategias para combatir los embates de las nuevas
formas de la “industria cultural” y el monopolio científico que se apropia del
vertiginoso desarrollo de las ciencias, la Inteligencia Artificial, la
tecnología y el sofisticado dominio de las big tech para penetrar en el
inconsciente colectivo y determinar comportamientos, tendencias de consumo,
elecciones políticas y decisiones gubernamentales.
Como nunca
antes, en este contexto es necesario un amplio espectro de conocimientos,
estrategias intensas y audaces de luchas populares nacionales e
internacionales, una lucha política refinada y la creación de una nueva cultura
para evitar que cualquier cambio en el escenario mundial preserve las
estructuras de dominación, para que no se pase de la hegemonía occidental a la
oriental, del capitalismo salvaje a un capitalismo más domesticado, del
neoliberalismo al desarrollo económico sin la elevación intelectual y cultural
de las masas y su protagonismo político (Gramsci, 1975, p. 1385).
Advirtiendo del
peligro de construir el socialismo sin hegemonía, cayendo en la autocracia y la
“estatolatría”, Gramsci señala que toda relación de hegemonía es necesariamente
una relación pedagógica que debe irradiarse a todas las esferas, ya que, más
allá del ámbito escolar y de las relaciones intersubjetivas y sociales, “la
relación pedagógica tiene lugar no sólo dentro de una nación, entre las
diversas fuerzas que la componen, sino en todo el campo internacional y
mundial, entre conjuntos de civilizaciones nacionales y continentales”
(Gramsci, 1975, p. 1331). Por lo tanto, para saber si
lo que está en curso en Brasil, en América Latina y en el mundo es el inicio de
una nueva era u otra revolución pasiva para que el capitalismo vuelva a ponerse
de pie y regrese más fuerte, las contribuciones teóricas y metodológicas de
Lenin y Gramsci siguen siendo fundamentales para una educación que, en el
contexto actual, pueda construir una conciencia política y una voluntad
colectiva 'nacional-internacional popular' orientada a crear una nueva
civilización, tarea que no puede delegarse a las
próximas generaciones, a un futuro lejano que nunca llega, sino que necesita
convertirse en una fuerza motriz de nuestras opciones y luchas políticas
audaces y creativas.
Vislumbrando uno
de los mayores retos de nuestra generación, en su último cuaderno poco antes de
morir, Gramsci señalaba que “toda historia particular vive en el marco de la
historia mundial” (Gramsci, 1975, p. 2343). Del mismo modo, en una de sus
últimas cartas desde la cárcel a su hijo Delio, en la línea de “El libre
desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos”
(Marx; Engels, 1999, p. 37), Gramsci recomienda conocer y respetar a “todos
los hombres del mundo que se unen en sociedad y trabajan y luchan y se mejoran”
(1996, p. 808). Un proceso que tiene lugar cuando los trabajadores y las masas
organizadas, rompiendo con el capitalismo y sus derivados (el trabajo explotado
y la devastación del planeta, las desigualdades e injusticias, el fascismo, el
racismo, el machismo, el imperialismo y todas las formas de dominación),
conquistan la hegemonía y crean las condiciones para convertirse en “intelectuales
políticos cualificados, dirigentes, organizadores de todas las actividades y
funciones inherentes al desarrollo orgánico de una sociedad integral, civil y
política” (Gramsci, 1975, p. 1522).
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